domingo, 27 de septiembre de 2009

EL SEÑOR KORDURAS Y SU TIEMPO (1990). CAPÍTULO 5


V.- DE LAS EXCITACIONES DEL SEÑOR CABALES EN SU COMPRA DE ZAPATOS UN MES DE MAYO FLORIDO Y CONTENTO Y DE LA VISITA DE ESTE Y EL SEÑOR KORDURAS AL AMBULATORIO DE URGENCIAS MAS CERCANO.

Probablemente sea cierto que la primavera sobrexcita los comportamientos. Al menos ello entendió el señor Cabales aquel día de un mes de mayo florido y contento en su visita a unos grandes almacenes. Totalmente alterado, preocupado y sorprendido, telefoneó al señor Korduras a su bar habitual, donde solía desayunarse, acordando con él una cita urgente. El señor Korduras se dirigió al lugar convenido, intentando conciliar las circunstancias que habían conseguido alterar al señor Cabales. A él, tan frío cuando se ha de ser frío, que jamás perdía la serenidad.

Llegado don Juan Luis a los grandes almacenes donde se concertara la cita localizó al señor Cabales sentado en la sección de zapatería y siendo abanicado por la señorita dependienta. Parecía refugiarse en el sillón, sentado de lado, con cara de dolor y apretándose sus partes blandas. Korduras se precipitó hacia él inquiriéndole acerca de cuál era su mal. Pareció el señor Cabales ver a Dios, se levantó, y andando algo encogido, llevó al señor Korduras a una cafetería donde pidió una tila. Ingerida la tisana, comenzó a relatar al señor Korduras su angustia, aún jadeante:
- “No entiendo Juan Luis qué solución darle. Salí hoy de casa decidido a comprar unos zapatos y me dirigía a estos almacenes cercanos a mi calle. Llegado que fui a la sección de calzado, me fijé en la chica que me atendía. Ya pudiste ver qué moza, unos senos turgentes que se insinuaban entre su escote a cada movimiento, una cintura estrecha que daba paso y anunciaba sus caderas, rebosando sensualidad, y unas piernas, Juan Luis, qué piernas, tan desnudas, tan tersas, se sentía a distancia latir la sangre bajo esa piel. La falda apenas ocultaba nada, y yo, yo percibía cada vez que un muslo frotaba a otro. De pronto, cuando me probaba unos mocasines italianos, y a hurtadillas observaba –confieso- su trasero, sin descaro, me sobrevino un extraño ataque: se me hincharon las venas del cuello, un latigazo me recorrió, casi un estertor, y entonces comenzaron a hinchárseme otras partes más delicadas. Asombrado estoy, pues aunque no descarte el sexo, mi educación en los Padres Escolapios y mi posterior ejercicio del sacerdocio -hasta que la luz se hizo en mi mente– dejaron huella en mí, y aún cargo con el lastre del celibato que observé durante años, del cuál intento deshacerme no sin esforzado trabajo. Y es que uno aún está en la edad de querer una alegría para el cuerpo y hay apéndices que no se reprimen con sencillez.”

El señor Cabales pidió otra tila y desplazó ya la mano derecha de su entrepierna, palpando cuidadosamente hasta que punto se mantenía la alteración.
-Supongo –dijo Korduras– que esperas de mí un consejo...

- Por supuesto, querido amigo. Tan desvalido me he encontrado que a quién podía recurrir sino es a ti que para todo hallas respuesta conveniente.
- Al tratarse de un problema de índole física, colijo que lo más adecuado sería que un profesional en la materia tratase tan delicado tema.
Abonando las tilas del señor Cabales, dirigiéronse ambos el consultorio de urgencias más próximo. Personado allí, el señor Korduras se acercó a la ventanilla, metió decorosamente la cabeza y hablóle a la funcionaria:
- Perdone señorita, pero le traigo una urgencia.

- ¿Nombre?

- Perdone pero es una urgencia y...

- Nombre, por favor.

- Mire, el nombre no va a solucionar que...

- Si no me da su nombre no puedo atenderle.

- ¿Mi nombre?

- Por supuesto...

- Es que yo no soy el que...

- No me haga perder más el tiempo. Su nombre.

- Juan Luis Korduras.

- ¿Edad?

- Mire, que yo no...

- Edad, por favor.

- Cuarenta y ocho.

- ¿Dirección?

- Esto pasa de castaño oscuro, yo...

- Dirección, por favor.

- Buenaventura nueve.

- ¿De que se trata?

- Le repito que...

Korduras comenzaba a sublevarse, era intolerable tal altanería, tal prepotencia, tal petulancia, convencido de que la chica no entraría en razón, dado su cortedad de mollera, optó por la claudicación.
- ¿Cuál es la urgencia?

- Alteración en los genitales.

- ¿Inflamación?

- Exactamente: una potente inflamación.

- Siéntese y espere a que le avisen.

Korduras fue literalmente extraído de la ventanilla por un individuo que vociferaba algo referido a un brazo roto. Intentó Korduras recriminarle, mas hacía el energúmeno caso omiso y ametrallaba a la funcionaria con todos datos y filiaciones imaginables: nombre, edad, profesión,
domicilio conyugal, estado civil, nombre del padre, de la madre, de la suegra, segundas nupcias, número de identificación fiscal, de cartilla de la Seguridad Social, del seguro del coche, y otros muchos números que produjeron enorme placer a la funcionaria.
Con el ánimo soliviantado se sentó don Juan Luis junto a Cabales que, si bien ya no se retorcía, se le notaba en la cara un rictus de dolor y ansia, que no dejaba de alarmar al bueno de don Juan Luis.
Se les acercó en tal tesitura un muchacho bien trajeado, con pelo cortado a navaja, y profundos aromas a colonia y extrañas sustancias y le dijo:
- Oye ¿tienes un papel?

Echó mano Korduras a su inseparable carpeta, y hurgando en ella con su parsimonia habitual extrajo un papel tamaño folio que extendió cortésmente al joven, ignorando la falta de educación de éste. El muchacho mirando tal papel comenzó a reír y a agitarlo.

- Que no colega, que no es de éstos, de fumar colega, de fumar -y le pellizcó la mejilla.
Korduras se levantó irritado, gesticulando de manera que casi pierde la compostura. Y gritó de esta manera al chico, a pleno pulmón:

- ¡¡¡Oiga!!! No ejerzo profesión conocida, no tengo título ni graduación, con tal de no tener colega alguno.
El muchacho sorprendido, observó su alrededor. Toda la salita, respetando de pronto el silencio que los carteles recomendaban, le miraba atentamente. Sus pómulos se sonrosaron, deseaba que el terrazo se abriese para llevarle al sótano, que coincidiría probablemente con la sala de rayos X.
Don Juan Luis le arrancó el papel tamaño folio de las manos y siguió vociferándole:
- No sólo no muestra usted el respeto que todo ser humano merece al dirigirse a un congénere, si no que contraviniendo todas las reglas del lenguaje inteligible, me llama usted colega. ¡Colega!, como si proviniésemos de una misma Universidad, como si realizásemos un mismo trabajo, como si existiera entre usted y yo más relación que el formar parte de la misma especie.

Entró en aquel momento una enfermera en la salita que nombró a don Juan Luis. Este tomó al señor Cabales de la mano y se dirigió a ella.
- Perdone pero el enfermo...

- ¿Va a entrar usted con él? –dijo la chica dirigiéndose al señor Cabales.
- Por supuesto –respondió don Juan Luis- ¡es que soy yo quien va con él!
- A mí tanto me da. Síganme.

Recorriendo un buen trecho de hospital. Llegados que fueron a una puerta, que lógicamente portaba el cartel de “Urología”, les dijo la enfermera: “esperen aquí” y se marchó a cometer otros desaguisados en las distintas salas del hospital.

El señor Cabales se encontraba mucho mejor, podía al menos mantener una postura en ángulo recto con el suelo, y andar con facilidad. Optó Korduras por sentarse en la sillita de ruedas que se
encontraba junto al umbral, abatido por los anteriores acontecimientos.
Salió en aquel momento el médico y preguntó a D. Juan Luis, que plácidamente reposaba:
- ¿El Señor Korduras?
- Exactamente –Korduras respondía siempre a su nombre.

El médico tomó el manillar de la sillita y lo introdujo en la habitación.
- Usted espera aquí –dijo a Cabales, sin darle tiempo a ambos a reaccionar.
Una vez dentro se levantó Korduras e hizo además de explicar al médico la equivocación, aquel embrollo que amenazaba con complicarse.
- Pues no está usted tan mal Juan Luis, se levanta y todo –dijo el facultativo- ¿Cuál es la urgencia? ¿Qué síntomas tiene? ¿Dolor? ¿Sangre en la orina? ¿Ha tenido usted previamente cólicos nefríticos, ataques de próstata, infecciones urinarias? ¿Alguna gonorrea mal curada, pillín? Que uno no debe andar por ahí con el primer agujerito cachondo que se encuentra, que luego pasa lo que pasa... ¿Utiliza usted preservativo habitualmente? ¿Síntomas de chancro? ¿Condiloma? ¿Con qué regularidad orina usted? ¿Algún antecedente familiar? ¿Visita a su urólogo con frecuencia? ¿Mantiene coitos anales?
Korduras, vencido ante la avalancha de tremenda ignorancia técnificada que se le vino encima se dejó caer en la sillita, el médico le miraba con la sonrisa que tienen los médicos al levantarse.
- Se me han inflado los huevos... -se limitó don Juan Luis a decir.

El rostro del médico demudó.
- ¿Alguna operación de vasectomía quizá? ¿Cuándo fue usted operado? Probablemente hace unos días, ¿verdad? Puede tratarse de complicaciones posoperatorias... ¿Ha realizado algún esfuerzo inusual? ¿Constan hernias escrotales en su historial médico? ¿Quién le operó? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué tono de color tienen sus testículos? ¿Le duele la sutura? ¿Ha cicatrizado?
Korduras miraba al médico con consternación.
- Mire usted –dijo intentando tranquilizarse– un amigo mío...

- ¡Ah! Es usted de esos que para estas cosas prefieren contarlas como algo ajeno, que si “un amigo mío, que se fue de putas y ahora tiene bichitos, ¿qué le digo que se refriegue, doctor?” Hay
muchos como usted...

- Como yo hay muy pocos, Doctor, pero que muy pocos.

El médico hubo que callar.

- Un amigo mío, estando comprando zapatos...
- No veo la relación –el médico insistía en irritar más los testículos de Korduras, que empezaban a tomar el volumen de los de Cabales.
- Cállese –Korduras se enfrentaba cara a cara a la ignorancia. El médico volvió a callar aturdido.
- Estando comprando zapatos, decía, sufrió una alteración en sus nobles partes cuando observó detenidamente a la chica que le atendía y...
- Una erección.
- Exactamente.
- ¿Y qué quiere que yo le haga? Menéesela –el médico entresonreía burlón.
- ¡Oiga! – Korduras estalló por fin.
- Esto no es una casa de putas, es un hospital público.
- Esto es un Servicio de Sanidad, mantenido con los impuestos del ciudadano, y como tal ha de solventar todo problemas físicos o psíquicos que le sobrevenga al mismo, que sufraga los gastos,
que es amo y señor...

Mientras Korduras enlazaba su arenga sobre el Estado aprovechado como mal menor, como servidor del ciudadano explotado, el médico pulsó el botón de alarma, y acudieron así los guardias de seguridad al momento –para mayor sorpresa del médico no acostumbrado a tal
celeridad- y les ordenó que llevasen al enfermo a la Sección de Psiquiatría.
Allí explicó de nuevo Korduras el motivo de su presencia en el hospital. Por supuesto, su encierro preventivo fue ordenado de inmediato.

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