domingo, 27 de septiembre de 2009

EL SEÑOR KORDURAS Y SU TIEMPO (1990). CAPÍTULO 1


I.- DE CÓMO CONOCÍ AL SEÑOR JUAN LUIS KORDURAS Y DEL PORQUÉ DE MI ESTADO EN EXCEDENCIA LABORAL.

Yo llevé tres veces el señor Korduras al psiquiátrico. No oponía resistencia. La última vez, incluso, hizo el ademán de ajustarse él mismo la camisa de fuerza. Con aplomo y serenidad, estoico todo él, soportaba la embestida de mi compañero que lo atenazaba rodeándole el cuello con su potente antebrazo. Y ya inmovilizado en aquellos aparejos, se limitaba a murmurar al bueno de Fernández:

“Pues ya ve usted, señor Fernádez, la vida, que es así”. Y al señor Fernández se le llenaban los ojos de lágrimas y prometía a don Juan Luis ir a visitarlo al manicomio a la mañana siguiente.
Trabajo como loquero. No me gusta que se cambien las palabras como modismo de lo políticamente correcto, porque el loquero es loquero, como el vagabundo es vagabundo, y no transeúnte, y como el anciano es viejo y no tercera edad, y el cojo, cojo, que no minusválido, y el ciego ciego, que no invidente, como pretenden ahora. Digo, que trabajo como loquero en el psiquiátrico de esta ciudad, y no acostumbro a encontrar entre mis urgencias laborales individuos de la talla de don Juan Luis Korduras. La conciencia misma personificada.
Dada la continuidad de sus visitas al manicomio –“a pasar otra revisión” decía – entablamos una sincera amistad, que el tiempo y los encuentros fuera de aquella casa de locos asentaron. Solía contarme durante el trayecto hacia el hospital, una vez aflojada la camisa de fuerza, el motivo de este nuevo apresamiento. “Cosas de la vida, amigo loquero”. Y eran tan increíbles las historias, como increíble era ver al señor Korduras enfundado en aquella camisa celeste y de mangas interminables, hablando con tal lucidez, como si de Zaratustra redivivo se tratase.
Y fue tanta mi curiosidad por la figura de este hombre, que pedí la excedencia durante dos años en mi trabajo y me dispuse a recopilar los increíbles relatos vividos por el Señor Korduras, para que hombres así no caigan en el olvido de sus desdichados congéneres.

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